domingo, 13 de enero de 2008

Recuerdo que la primera vez que oí hablar del viaducto de
Madrid fue en Salamanca. Leí una novela que transcurre toda ella en la capital, durante la República y la Guerra Civil. El viaducto aparece en varias ocasiones. Como lugar desde donde los tristes se arrojaban, y desde donde eran arrojados los traidores a la causa republicana. Desde entonces, el interés por esta obra ha ido en aumento. Tanto que, ya antes de llegar a la ciudad, sabía de todos los escritores que, de una forma u otra, han visto el viaducto de un modo diferente. Tal vez sean personas como González Ruano, Gómez de la Serna o Cansinos Assens los que han llevado el suicidio a la categoría de arte literario, visto a través del viaducto. Allí, cruzando la calle Segovia es donde los deportistas del salto al vacío, los precipitadores, hacían el último intento de superarse a sí mismos. Su mayor deseo era que algún escritor hinchado de bohemia los retratara en su salto del ángel. Y así, entre deportes extremos, absenta y vanguardias el viaducto ha llegado a formar parte de nosotros. Hasta que el anterior alcalde, Álvarez del Manzano, decidió romper la armonía, el equilibrio que existe entre la felicidad del saltador y el placer del artista imaginando ya el porrazo. Y se inventó un muro de plexiglás para poder dormir por las noches con la conciencia tranquila.
Ahora yo lo veo y, al no poder asomarme, porque además del suicidio estaba el disfrute de las vistas, siento que he llegado tarde, que el monumento a la desesperación, al último deseo ya no está. En su lugar, hay simplemente una construcción funcional, tan práctica (sirve para unir el Palacio Real con la iglesia de San Francisco El Grande) como poco interesante para el viajero.

sábado, 5 de enero de 2008

El otro día estaba con una amiga en la Gran Vía. Acabábamos de ver una exposición fotográfica de Marín (1908-1940) en Telefónica. Ella me comentó que podríamos ir a tomar algo a la zona de Chueca que, según me dijo, hay lugares muy agradables. También me propuso, ante mi gesto un tanto displicente, pasarnos por la zona de Lavapiés, y acercarnos a los restaurantes étnicos, especialmente indios, que inundan la zona como un Ganges de occidente. Entonces recordé que había un lugar que, siempre que pasaba a su lado, me hacía girar y observar su interior con curiosidad grande. Así que le sugerí que confiara en mí y me siguiera en dirección al Palacio Real.
Bajamos por Montera, menos poblada de putas de lo que su fama cuenta. Al llegar a la Puerta del Sol, a mi amiga se le ocurre que me gustaría ver el lugar donde se fundó el Psoe de Pablo Iglesias. Y me lo muestra con cierto orgullo, junto a la calle Preciados y el Corte Inglés. Es un bar restaurante más famoso, a pesar de su importancia política, por sus pinchos. El socialismo, como anteriormente el carlismo o el vanguardismo, pertenece cada día más a la Historia.
Seguimos por el Arenal en dirección a la Plaza de Oriente. Mi amiga, medio en broma, me dice que si sé adonde vamos. Allí, en medio de todo el bullicio de la Navidad, entre turistas, personas de pega, y parejas de clase media buscando regalos para sus niños, le digo de nuevo que confíe en mí. Al llegar a la Plaza de Isabel II, donde se halla el Teatro Real, el ambiente se calma un poco. Todo se suaviza, y el ruido desaparece. Es algo muy extraño, como si, de repente, estuvieras desnudo, y sientes vergüenza, y no sabes qué decir. Las bromas, por ello, se multiplican, y así, entre risas, llegamos al Café del Libro, La Buena Vida. Está situado a media altura de la calle de Vergara, una vía poco iluminada y propicia a la intimidad que buscan los libros.
El lugar es pequeño, acogedor, y atiborrado de libros. Todos se venden pero, si el viajero lo desea, puedes descansar y leer mientras tomas un café o una cerveza. Hay sólo cuatro mesas, quizá cinco. Nosotros nos sentamos en el centro del lugar, protegidos por el muro de la barra del café. Exactamente a la derecha de la foto, en la parte baja.
Sin embargo, lo que más me gustó, fueron las personas que lo regentan. Hay un hombre con barba y rostro simpático que, amablemente y ante tu desconcierto por la falta de costumbre, nos pregunta qué deseamos tomar. Le pido un té con limón y un cortado. También le pido algo de comer, y me dice que tiene algunos canapés salados, pensados sobre todo para las cervezas, pero que me los pondrá sin ningún problema. También hay una muchacha que sonríe, los ojos brillantes y felices, y, con un saltito cimbreante, se coloca a un lado para que pueda hacer la foto.
Y así pasamos un rato muy agradable y relajado en La Buena Vida. Me da la impresión de que es como una capilla, es íntimo, te induce a ser sincero y mires donde mires siempre hay un libro en el que refugiarte.
Al marcharnos, el hombre y la muchacha nos dan las gracias y nos miran a los ojos con gran familiaridad. Me gustaría volver solo y pasar una tarde entre libros y cafés.

viernes, 4 de enero de 2008


La mujer que se protege tras la eñe es Madrid. Abierta al mundo, pero celosa de su intimidad; receptiva a todo el que llega, pero derrochando español por los costados de su alma; con la mirada sin prejuicios, pero amante de sus costumbres y tradiciones.
En una ocasión hablábamos de su voz. Yo dije que era áspera. Y lo que yo creía ser un piropo, me pareció que ella lo recibió como algo negativo. Madrid es, como su voz y el jazz, áspera, que necesita de tiempo y paciencia para saborearla con placer. Una voz áspera lo es siempre desde la experiencia. Y Madrid es áspera, hasta que uno aprende a disfrutarla, claro. Cuando eso sucede, el viajero ya no puede prescindir de ella. Igual que el buen vino, o el jazz, o su voz. Es necesario aprender a disfrutar de todo aquello que es lo mejor, y que, por lo tanto, no es para espíritus fáciles o mediocres. Madrid, como esta mujer, o el jazz, no es para personas que se conforman con cualquier cosa. Tal vez por ello no todos saben vivir en esta ciudad, como no todos saben vivir junto a esta mujer que se nos muestra con unas manos entrañables, delicadas y cariñosas sosteniendo su protección . Tal vez, por ello, es casi imposible aprender a vivir en Madrid por uno mismo sin la ayuda de alguien que sepa cómo es, del mismo modo que es casi imposible vivir junto a esta mujer sin un plano del alma. Quien lo haga se aventura a perderse y a no encontrar nunca el camino que te lleva hasta ella.
No creo que nadie haya aprendido a disfrutar del jazz, con toda su aspereza, o de los buenos caldos, o de esta ciudad, sin que alguien haya guiado al viajero. En mi caso, ella es quien me ha guiado por Madrid, por sus calles. Ella es quien ha hecho que Madrid se haya transformado ante mis ojos. Y lo ha conseguido viajando a lugares con mucha historia. Pero, sobre todo, lo ha hecho seduciéndome con la voz, a la manera de una saxo a lo Miles Davis, o Joshua Redman.