Lo que el viajero no acaba de comprender es por qué es tan difícil encontrar la entrada del interior del cilindro. Hay que llegar a la zona del metro y de trenes de cercanías, que está al otro lado de la zona de largo recorrido. Y en la entreplanta, por donde no transita mucha gente, a la derecha, se podrá ver una sala en penumbra y azulada, como un local a la espera de ser alquilado, con gente que mira a un agujero en el techo por donde entra una luz como de iglesia. A través de ese agujero se pueden ver todos los nombres de los asesinados. No hay más, no se necesita más. El simple hecho de alzar la cabeza al cielo, ya es un ejercicio de humildad suficiente para comprender un poquito el dolor de las víctimas.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
Lo que el viajero no acaba de comprender es por qué es tan difícil encontrar la entrada del interior del cilindro. Hay que llegar a la zona del metro y de trenes de cercanías, que está al otro lado de la zona de largo recorrido. Y en la entreplanta, por donde no transita mucha gente, a la derecha, se podrá ver una sala en penumbra y azulada, como un local a la espera de ser alquilado, con gente que mira a un agujero en el techo por donde entra una luz como de iglesia. A través de ese agujero se pueden ver todos los nombres de los asesinados. No hay más, no se necesita más. El simple hecho de alzar la cabeza al cielo, ya es un ejercicio de humildad suficiente para comprender un poquito el dolor de las víctimas.
martes, 4 de diciembre de 2007
A veces nos sucede que entramos en el metro con la esperanza de que el tren lo haga a la vez y no perder así tiempo; sin embargo, nos paramos en seco porque resulta que somos los únicos en todo el recinto. No hay tren, no hay gente, no hay ruido. Caminas en dirección a la cabecera y te sientes, te escuchas. Y, entonces, una chica asoma por la entrada lejana del otro andén. Se detiene, te mira, os miráis, y la sonrisa se repite en vuestros labios. Pero no decís nada, sólo camináis hacia un encuentro imaginario, porque estáis en andenes diferentes. Y en el cruce la mirada es más intensa, como si construyerais un puente sobre las vías. La gente comienza a llenar el lugar, y en breve algún tren acabará con esa historia de amor. Tal vez sea mejor así, incluso es probable que si las circunstancias hubieran sido mejores, no habría habido ninguna historia.
Desde que vivo en Madrid he tenido varias historias de amor de este tipo. Historias que parece que sí, pero en realidad ya ha sucedido lo que debía suceder. Las escaleras, los andenes, las calzadas, los túneles, los cruces, incluso ya puestos hasta el messenger, o el chat de gmail. No sé, creo que he vivido demasiadas historias de amor con demasiadas mujeres aquí en Madrid, pero aún conservo un regusto de que no es suficiente, de que debe de haber otra forma de sentirse querido en esta ciudad.
lunes, 3 de diciembre de 2007

La sensación que me queda al atravesar la Gran Vía, y ver el cartel enorme, es similar a la de tomar una tónica seca. Creo que no hay nada más estúpido que tomar una tónica seca. Es triste, patético, igual que cuando tu chica te dice que no te quiere lo suficiente. Paseas por la Gran Vía, y todo es degradante, jirones de gente salvada por las luces del anuncio.
Nadie toma una tónica sola, se toman acompañadas, como todo lo que hacemos en la vida. Sólo aquí, a lo largo de la Gran Vía, puedo ver que en el fondo, nos acompañamos porque no sabemos estar solos, tan aburridos como una tónica sola. Y me siento junto al limpiabotas del Palacio de la Música, le invito a una tónica y nos reímos. Observo cómo escupe sobre el zapato del cliente y le saca brillo, y el cartel parece más luminoso. La gente se detiene y aplaude su labor. Miro a todas las caras con la esperanza infantil de verla, pero no aparece, porque prefiere a otro. Y la tónica, sin sabor, es aún más amarga cuando se bebe caliente.
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