sábado, 4 de agosto de 2007


Ser artista en Madrid es como ser puta en la Casa de Campo. A nadie le importa. Pero, al igual que a las putas de la Casa de Campo, recién expulsadas de su lugar de trabajo, nos sucede que en Madrid tenemos las mejores oportunidades para poder ver nuestros textos publicados. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con el hecho de vivir en La calle de los Artistas, que se llama así porque en su interior se hallan seis artistas por metro cuadrado. Artistas del sexo, del mangoneo, de cómo beber desde las cuatro de la tarde y seguir haciéndolo hasta las seis de la mañana como si tal cosa, artistas del pis, de cómo llenarlo todo de mierda y parecer natural. Además, hay algunos que se dedican a escribir. Yo. O a pintar, un vecino mío. Pero he decidido marcharme de aquí. Mi vecino, el pintor, cada día está más desquiciado. A sus más de sesenta años todavía nadie se ha dado cuenta de lo bueno que es. Eso me cuenta casi a diario. Se ha pintado todos los rincones del Retiro, incluso aquellos que nadie sabía que existían. El otro día me explicó que se vino a este callejón para ver si así el arte afloraba en toda su intensidad. Yo me vine porque no encontré nada mejor en los pocos días que busqué.
La calle de Los Artistas es retorcida, imprevisible en sus múltiples recodos, sorprendente siempre, bulliciosa en los primeros tramos y tenebrosa hacia el final, donde vivo. Los Artistas es una calle que la gente decente no quiere recorrer, prefiere atravesarla. Otros preferimos marcharnos.

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