domingo, 4 de noviembre de 2007


Cerca del metro de San Lorenzo está la m4o, y al otro lado un conglomerado de multinacionales, bancos y empresas de muy diverso pelaje. La foto corresponde al lugar por el que todos los ejecutivos, brokers y empleados han de pasar para llegar a sus puestos de trabajo. Lo que no se ve corresponde a la parte cutre, a los edificios de la época de Franco, todos de protección oficial, y todos destinados a gente sin muchos recursos. Hay calles que no existen, que sólo son pasos entre dos edificios, rodeados de jardines sin cuidar, sin apenas tráfico, con los niños y los churumbeles de aquí para allá.
Yo salgo del metro, camino unos ocho minutos entre piedras, adoquines y follaje selvático, y llego al umbral del Olimpo. Siempre leo el mensaje que reza en la puerta: tu vida es una puta mierda y lo sabes. Y me veo, entonces, como el general romano que, al entrar triunfante en la ciudad eterna, venía acompañado de una especie de aguafiestas que le recordaba que era mortal, y que moriría.
En este lugar imparto clases de español a cinco ejecutivos del BBVA. Matemáticos, economistas, abogados, etc., todos trabajando en comunión por el bien de la empresa, que no tiene otro cometido que el de hacer que sus trabajadores ganen dinero usando como mercancía el dinero. Estoy seguro de que la bondad de su carácter, el de mis estudiantes, se debe, estoy seguro de ello, a la máxima que cada día han de leer irremediablemente.
Recuerdo que uno de ellos, cuando le dije lo que era, profesor de español y aspirante a vivir de la literatura, me dijo muy sorprendido: "¡¡trabajas en lo que te gusta!!". Por supuesto, y no podría ser de otro modo.
Tal vez la frase me gusta porque siempre la he tenido en cuenta. Tu vida es una puta mierda y lo sabes. Siempre, de un modo u otro (intuitivamente), he sabido que nuestras vidas no valen tanto como a menudo solemos pensar. Al fin y al cabo, en unos pocos años ¡puff!! habremos desaparecido. Y la gente seguirá como si tal cosa. Algunos nos recordarán, claro, pero ¿cuánto tiempo? ¿20 años, tal vez 50? ¿y luego, qué? Por eso, siempre es preferible una profesión que llegue, de una forma o de otra, al corazón de la gente. Entre las mejores están las creativas. La literatura, sin duda, destaca por encima de todas porque usa palabras, que es la forma que tenemos los seres humanos de relacionarnos con la realidad. Poner nombres a las cosas, identificarlas, creo que ha sido lo más grande que ha hecho el ser humano, porque al poner nombre a lo que le rodea o a lo que siente o a lo que experimenta, está diciendo no sólo que está vivo sino que, además, lo sabe. Sólo así, es posible, entonces, la supervivencia. Sólo así conocemos la realidad y, por lo tanto, a nosotros mismos, no antes. Y sólo así, la gente puede recordar lo que escribimos, y repetirnos eternamente, como hoy repetimos a Homero o Dante, o Shakespeare, o Cervantes, o Faulkner o McEwan. Y todo ello, porque sabemos que nuestras vidas no son gran cosa. Por eso es importante escribir y por eso algunas profesiones son intrascendentes.

3 comentarios:

Unknown dijo...

No hay profesiones intrascedentes, hay personas intrascendentes. Sois unos privilegiados los que tenéis "el don"...

Unknown dijo...

"intrascendentes"...
como siempre con faltas.
Un abrazo Cobrizo.

Francisco Cambronero dijo...

Gracias underskin. Otro para ti, seas quien seas.