martes, 27 de enero de 2009


Todo en un Starbucks huele a artificial. Tal vez por eso lo frecuento, y me pido un expreso doble, 2,40€. El lunes, las clases que recibo de 19:30 a 22:30 fueron tensas, falsas, hipócritas. Hubo un enfrentamiento con la realidad casi insoportable. Una mujer me llamó "inmaduro" sin motivo aparente en medio de una explicación, ante toda la clase; y la respuesta fue la de un inmaduro. Siempre, sin quererlo, hago y digo lo que la gente espera de mí. Me justifico hablando de mi sensibilidad ante el ataque personal, y el ridículo es aún mayor. Los compañeros, cuando las clases ya han finalizado, se marcharon a tomar unas cervezas, indiferentes a mí y mis reacciones estúpidas, propias de un adolescente preocupado por la ropa o la chica que no le hace caso. Yo tomé por El Arenal, y entré en el Starbucks de dos plantas. Y, allí, toda la angustia desapareció. Me senté en el sofá, cómodo, amplio y acogedor, mirando al exterior. La realidad vuelve a ser comprendida.

En Moby Dick uno de los oficiales se llama Starbuck, el Ciervo de la Estrella. Es el personaje a cuyo cargo está el indio, Queequegs, o algo así. Es curioso. Cuando por fin me he decidido a escribir sobre mi dificultad para adaptarme a los demás, también he comenzado a leer la novela de Melville, y allí está. Todo está tan lleno de casualidades. Hasta es posible que el nombre de la cadena de cafeterías se deba a este personaje: en el centro del logotipo hay lo que parece ser una mujer cuyo cabello asemeja dos ríos que emanan desde lo alto de la cabeza. Incluso la señora en cuestión se parece más bien a una protagonista de algún relato fantástico, o quizá sea un ciervo distorsionado por los efectos del LSD en el autor del dibujo. La artificialidad. Como el ambiente, y el café. Mientras pienso en estas cosas el rostro de la profesora que me insultó adquiere forma en el rostro de la valkiria de plástico. Tomo el vaso, la asfixio sin apretar demasiado, bebo un sorbo, y desde mi sofá del Starbucks miro de nuevo a la calle. Sonrío y cierro los ojos, satisfecho.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Has pensado -autocríticamente- por un momento que ella pueda tener razón?

Francisco Cambronero dijo...

Hola anónimo,
claro que lo he pensado. Y creo que la tiene. Nunca he afirmado lo contrario. Saludos

Anónimo dijo...

Es sencillo: cambia.

Francisco Cambronero dijo...

jajaja. Anónimo, creo que te has equivocado de blog; en éste nadie dice a nadie lo que debe hacer. ¡Qué cachondo eres!!!

Anónimo dijo...

Tú acabas de hacerlo...